Para discutir sobre lo que acontece en la era de la posverdad, no deberíamos dar por sentado lo que entendemos por Verdad. Por el contrario, la comprensión de este término y sus diferentes concepciones se impone como requisito ineludible. ¿Hay, acaso, diferentes formas de concebir la Verdad? Eso nos propone el filósofo británico Simon Blackburn en su libro “Verdad”.
Por Andrés Riva Casas*
La verdad es una especie de deidad. Así abre Simon Blackburn su libro “Verdad” (2017), un exitoso intento por explicar brevemente un tema amplio y complejo, que ha dividido a los filósofos a lo largo de toda la historia del pensamiento. La sola enunciación del término “Verdad” tiene para todos nosotros una significación instantánea, seamos conscientes o no de que nuestra concepción puede variar significativamente respecto a la de nuestros congéneres.
Es razonable partir, como hace Blackburn, de la siguiente idea: “La verdad es el objetivo de la investigación, el objetivo del experimento, el estándar para la identificación de la diferencia entre estar en lo correcto al creer algo y en estar equivocado al hacerlo”. Pero la verdad se esconde, es escurridiza, y para alcanzarla muchas veces se vuelve necesario apelar a “simplificaciones, modelos, idealizaciones, analogías, metáforas e incluso mitos y ficciones”, dice el autor. Y aunque esto sea útil, la realidad es que para servir al “Dios de la verdad” lo mejor será siempre apelara a “la razón, la justificación y la objetividad”. Una vez que hemos accedido a ella, sin importar el camino, es evidente que disfrutaremos de sus beneficios, el primero de ellos – tal vez – el conocimiento, pero el más importante, sin duda, el éxito para enfrentar el mundo.
Esto puede ser materia de acuerdo entre todos aquellos que pretendan buscar la verdad más allá de la religión, es decir, que apelen a la razón para llegar a ella. Sin embargo, nos sorprenderá descubrir qué tan difícil puede ser coincidir en lo que la idea de Verdad supone.
Blackburn propone al menos cuatro concepciones distintas: Correspondencia; Coherencia; Pragmatismo; Deflacionismo.
CORRESPONDENCIA
Esta concepción de la Verdad fue popularizada por Aristóteles. El filósofo griego consideraba que “decir sobre lo que es que existe, o de lo que no es que no existe, eso es la verdad”. A esto, Blackburn agrega una versión más cotidiana. “Lo primera cosa natural que hay que decir sobre las creencias verdaderas es que, como los retratos o los mapas, deben corresponderse con algo. Deben corresponder con los hechos – en la forma en que el mundo es”. Los hechos, como piezas de las cuales la realidad se compone, son un insumo fundamental para acceder a la verdad. La teoría que explica la verdad como correspondencia supone que el camino para llegar a ella es la comprensión de los hechos. Pero esto nos plantea una dificultad, pues si la verdad debe “corresponderse con los hechos”, ¿cómo podemos saber que hemos alcanzado una buena comprensión de éstos? Por otra parte, los hechos no pueden ser directamente comparados con las creencias, pues son independientes de éstas. En tal sentido, la teoría de la correspondencia se torna una cuestión de interpretaciones de los hechos y no necesariamente de un conocimiento puro e invariable de ellos. Blackburn, poco afecto a esta teoría, considera que “un chillido, un olorcito, una mirada pueden ciertamente dar lugar a una creencia”. Y a pesar de que una interpretación sea obvia, surge de una sensación, de una percepción subjetiva que para otro observador en las mismas condiciones puede significar algo muy diferente.
COHERENCIA
Hay quienes interpretan la verdad como sinónimo de coherencia con un complejo sistema orgánico de teorías que dan lugar a la realidad. “El sistema interconectado tiene el carácter de un cuerpo viviente, un todo orgánico en el cual cada parte adquiere su valor precisamente por ser parte del todo”. A esta concepción se le llama también holismo y cambia el foco de atención. En lugar de centrarse en una afirmación y su correspondencia con los hechos, se basa en un sistema de creencias autosustentable.
Cómo acceder a ese complejo sistema de verdades es una respuesta aun incontestada. Desde luego, el ejemplo más cercano es el de la religión, que supone inaccesible ciertos conocimientos a los simples mortales. Pero cuando esos sistemas son seculares implican una sofisticación que incluye no solo creencias, sino meta-creencias. Es decir, creencias sobre las creencias que admitimos. Para simplificar una concepción tan dificultosa hay quienes consideran que estos sistemas de creencias, que le dan coherencia a la realidad, pueden ser controlados por medio de la experiencia. “Las experiencias justifican nuestras creencias al mismo tiempo que son la causa de que las tengamos”, dice Blackburn, dando cuenta de esta dificultad. Lo que sí está claro es que, para muchas personas, no existen verdades dispersas, sino que todo debe ser parte de una verdad superior, de un cuerpo de creencias y concepciones que todo lo sustenta. El riesgo, desde luego, es caer en “gigantescas ficciones” o “elaborados cuentos de hadas” que, un buen día, se revelen terriblemente falsos ante nuestros ojos.
PRAGMATISMO
Para salir del enredo anterior, Blackburn propone una concepción pragmática de la verdad, que tiene que ver con la forma en que nuestro conocimiento de la realidad nos permite tener éxito en la vida. “Queremos tener creencias verdaderas porque queremos actuar con éxito”, dice el autor para resumir la idea. Los conocimientos verdaderos nos aseguran el éxito en nuestra relación con el mundo, esa es la verdad del pragmatismo. Así, Blackburn contrapone estas ideas con las propuestas de la posmodernidad, que han defendido la idea de que no existe verdad absoluta y que todo, incluso la ciencia, no es más que la ideología de una determinada comunidad o tribu. “Te arriesgas en gran medida al ridículo si esperas socavar la veracidad de las ideas científicas para ofrecer la verdad, o gran parte de la verdad, con teorías que descansan con felicidad en tantas cosas diseñadas a la luz de esos conocimientos. Conocer cómo las cosas funcionan es algo muy cercano a conocer cómo utilizarlas para tu propósito”, dice. El autor no esconde sus simpatías por el pragmatismo, pues supone la mayor garantía para el progreso de la humanidad. Defender como verdadero el conocimiento que se ha demostrado exitoso es lo que nos permite lidiar mejor con las dificultades de la vida, comprender con eficacia los desafíos que la humanidad tiene por delante.
Según lo estableció William James, uno de los padres del pragmatismo, “lo verdadero es lo opuesto a todo lo que sea inestable, a todo lo que sea decepcionante en la práctica, a todo lo que sea inútil, a todo lo que genere desconfianza, a todo lo inverificable o carente de sustento, a todo lo que sea inconsistente y contradictorio, a todo lo artificial y excéntrico, a todo lo que sea irreal en el sentido de no tener sentido práctico…”
DEFLACIONISMO
Finalmente, Blackburn cierra su libro con la teoría deflacionaria de la verdad, conocida también como deflacionismo. Esta teoría intenta un acercamiento “transparente” y minimalista a cualquier concepción de la verdad. Reniega de las teorías comprehensivas y absolutas, no concibe la verdad como una correspondencia con los hechos ni tampoco reconoce la existencia de generalizaciones en función del éxito de las creencias o del conocimiento en sí mismo. El deflacionismo niega que la verdad sea una propiedad de las cosas. En cambio, la concibe como un mero dispositivo para abreviar y generalizar, es una forma de apuntar la dirección en la que podría encontrarse una respuesta verdadera, sin afirmar dónde radica la verdad en última instancia.
¿DE QUÉ NOS SIRVE?
Es probable que el lector se pregunte, llegado este punto, qué relevancia tiene este conocimiento desde un punto de vista práctico. Para qué discutir sobre la verdad de esta forma tan compleja si, en definitiva, todos podemos tener nuestras propias ideas.
Lo interesante del libro de Blackburn y de ahí esta reseña, es que cuando hablamos de “posverdad” en los debates actuales, asimismo que nos encontramos en un tiempo histórico en el que la verdad ha dejado de tener relevancia sin haber definido antes qué entendemos por Verdad. Las religiones o las ideologías dogmáticas, como el comunismo, solo pueden apelar a la Verdad en el sentido de coherencia que hemos definido anteriormente. Ellos, si creen en la Verdad que su sistema de creencias les ofrece, se mostrarán bien dispuestos a desconocer “otras verdades”, incluso cuando la ciencia ofrece pruebas irrefutables. Los liberales y los que se pliegan a la vida secular, en cambio, son más proclives a definir la verdad como correspondencia o incluso desde un punto de vista pragmático. El periodismo, por ejemplo, no podrá dejar jamás de cotejar su versión de la realidad con los hechos que relata. Es decir, la correspondencia es una condición ineludible para el periodismo, tanto como el éxito lo es para la ciencia. Las creencias que llevaron a científicos a desafiar la gravedad y poner en el aire aeronaves cada vez más sofisticadas se demuestran verdaderas por su propio éxito.
El pensamiento ilustrado nos ha enseñado que la verdad existe y que puede alcanzarse por medio de la razón, de la experimentación, de la objetividad. No podríamos convertirnos en científicos ni ser periodistas sin creer, antes, que un trabajo serio y riguroso podrá acercarnos a ella. Pero cuando asumimos que no hay tal cosa como la verdad o que, peor aún, existen tantas verdades como personas sean capaces de enunciar la suya, entonces estamos desmontando toda posibilidad de éxito, somos capaces de negar los hechos y de convertirnos en sociedades herméticas a la evidencia científica.
Defender una concepción de la verdad es el primer paso para una militancia activa en tiempos de posverdad. Si la verdad realmente importa, no solo discutamos sobre su antítesis: también recodemos que nunca existió en la historia de la humanidad consenso alguno sobre su significado.
Referencias
Blackburn, Simon. 2017. Truth. Profile Books: London.
*Lic. en Estudios Internacionales. Docente de la licenciatura en Estudios Internacionales de Universidad ORT Uruguay. Director de Relaciones Internacionales y Cooperación de la Administración Nacional de Educación Pública. Senior Fellow del Centro para el Estudio de las Sociedades Abiertas. Director del proyecto MLADI.